El acogimiento familiar: el apoyo de una familia en los momentos difíciles
BlogPremio Ebrópolis23 enero 2024
Jaime Martínez Navea
Presidente de ADAFA, Asociación de Familias de Acogida de Aragón
Si me preguntas lo que comí ayer tal vez tarde un rato en contestarte. Pero si me preguntas por momentos felices de mi vida te hablaría de las tardes en casa de mis abuelos jugando con mis primos, los veranos en el pueblo y la tortilla de patata de mi madre. Reiría cantándote las canciones que con mi hermana y mis padres cantábamos en el coche durante los viajes. Podría relatarte las historias de la guerra que mi abuelo me contaba repetidamente sentado en su mecedora. Las había escuchado mil veces, pero me encantaba que me las contara otra vez.
Esos recuerdos entrañables me han marcado como persona. No recuerdo si en algún momento mi padre tuvo la necesidad de hacer horas extra porque no llegábamos a fin de mes, o si en algún momento hubo que tomar decisiones drásticas para aligerar el coste de la compra. Lo que sí recuerdo es a mi padre sentándose conmigo a hacer los deberes y acompañándome en las dificultades, llevándome a hacer natación o a ver el fútbol. Recuerdo el amor de mi madre, siempre dispuesta a escucharme y darme un abrazo. Tuve una infancia feliz y todos esos recuerdos son para mí un tesoro muy preciado.
Un día hablando con Laura, mi pareja, me planteó la posibilidad de que fuésemos familia de acogida. Ella había leído que en Aragón hay niñas y niños en centros residenciales y que hacían falta más familias para realizar acogimientos familiares. En un primer momento, no sabía muy bien qué era eso del acogimiento familiar, pero decidimos adentrarnos en conocer más sobre él.
En Aragón hay niñas, niños y adolescentes que no están pasando por una situación fácil. Están aquí, no pienses que están demasiado lejos porque probablemente viven en el bloque de pisos que hay enfrente de tu casa. O tal vez al otro lado del tabique. Chicas y chicos que necesitan un hogar que les acoja y unas personas que los quieran y les acompañen en esos momentos tan complicados.
Cuando los servicios sociales actúan en algunas ocasiones es necesario que el menor o los menores salgan de su domicilio. A veces incluso, de forma precipitada. En ese momento es necesario que haya una familia de acogida preparada para recibir a ese menor. Ese va a ser un momento clave en su vida.
En nuestro caso, han sido diez las niñas, niños y adolescentes que han estado en nuestra casa. Recuerdo la primera vez que los vi a cada uno de ellos. Todavía veo reflejada en su cara el miedo, que proviene de la incertidumbre de no saber qué va a pasar en sus vidas. El temor de no saber cómo va a ser la experiencia de vivir con unos desconocidos que no habían visto hasta ese momento. La angustia al pensar cuándo volverán a ver a sus progenitores o a sus hermanas y hermanos.
En esos momentos, uno solo puede mimar a esa niña o a ese niño. Le preguntamos por su comida favorita y la cocinamos para ellos ese día. Le damos un regalo de bienvenida para intentar agradarle e intentamos cuidadosamente mostrarle cariño pero sin invadir su espacio. Aunque nosotros estamos muy felices con su llegada entendemos que para él tiene que ser un momento muy complicado y que nada tiene que ver con la alegría.
Poco a poco se integran en nuestra vida. Comienzan a ir al colegio y van tejiendo su red de amigas y amigos en el pequeño municipio en el que vivimos. Empiezan a tener una rutina y horarios, que en muchas ocasiones no han tenido. Adquieren sus responsabilidades, de acuerdo a su edad y a su capacidad y comenzamos a hacer deberes y a estudiar. Comienzan las extraescolares que se ajustan a sus gustos y habilidades. También empezamos a hacer excursiones, a visitar a los abuelos, tíos y primos de acogida, a salir al parque por las tardes, a ir a la piscina en verano… Rápidamente compartimos vida.
También durante el proceso hay momentos para que vean a su familia biológica. Nunca debemos olvidar que son sus seres más queridos y que muchos de ellos querrían estar con ellos en todo momento.
Y así, pasa el tiempo, y los servicios sociales continúan haciendo su trabajo. Intentan encontrar la mejor salida para esa situación: Que la niña o el niño vuelva a su casa con su familia, encontrar a un familiar cercano que puedo criar a ese menor o, si todo eso no es posible, buscar una familia que adopte a esa niña o niño.
Momento clave
Y entonces, un día los servicios sociales tienen que tomar una decisión y darle una estabilidad y una salida definitiva a esos menores. Y en la mayoría de las ocasiones tiene que haber una transición a esa nueva situación en la que esa chica o ese chico deja de estar viviendo en nuestra casa. Hasta el momento siempre lo hemos recibido con alegría porque lo hemos visto como una oportunidad para ellos. Es un momento clave, que también marcará su vida, y por ello tiene gran importancia trabajar en cómo hacerlo de la forma más adecuada para el menor.
Cuando se van son dos las cosas que a mí personalmente me dan mucha satisfacción, calma y tranquilidad: La primera de ellas es ver que esa niña, ese niño, ese joven, no es el mismo que llegó a nuestra casa el primer día. Es una persona diferente y hemos podido contemplar su evolución. Vemos cómo han avanzado en su autonomía, en su gestión de las relaciones personales, en sus estudios. Todas son chicas y chicos más alegres que cuando llegaron. Para mí eso es algo gratificante y que realmente hace que merezca mucho la pena tener esta forma de vida.
La segunda es pensar que realizamos la labor más bonita del mundo: Creamos recuerdos. Los suyos, y los nuestros. Hemos tenido el privilegio de llevarles por primera vez a la piscina, al cine o a la playa. Algunos dijeron sus primeras palabras con nosotros, aprendieron a nadar, o a ir en bicicleta. Espero que cuando sean mayores piensen en aquella vez que nos fuimos de vacaciones, en las comidas familiares, en las cenas todos juntos, en las cosquillas antes de dormir. Que cuando no recuerden lo que comieron ayer, todavía recuerden a sus padres de acogida viendo como jugaban al fútbol desde la grada, o sus exhibiciones de gimnasia rítmica, o sus obras de Navidad. Quiero que recuerden que en ese momento de su vida hubo unas personas que les quisieron y que, con nuestras virtudes y nuestros defectos, estábamos a muerte con ellos. Y que les seguimos queriendo y estaremos con los brazos abiertos siempre que lo necesiten.
Ninguna niña debería estar sola en momentos difíciles. Ningún niño debería afrontar solo una separación o una enfermedad. Ninguna adolescente debería sentir que no tiene valor para la sociedad. Por todo ello, mi reconocimiento a todas aquellas familias que, como nosotros, deciden acoger a un menor en sus vidas. Porque si hay una forma de cambiar el mundo es esta. Porque si algo merece la pena son nuestros niños.